Bartleby, el feriante
- angelcervantes05
- 22 dic 2014
- 3 Min. de lectura
(Prólogo al libro "Feria de Abril. 1900", de Fernando Martínez. Titánica. Sevilla, 2015).

La edad puede llegar a ser, de largo, el más eficaz de los ansiolíticos conocidos: más años, menos diazepam. Especialmente indicado para dejar en el arcén, en buena hora, hábitos diarios tan poco recomendables como los dos que se denuncian con sincera nostalgia: el paquete de tabaco negro (Ducados, Coronas, Habanos: mmm) o las cuatro dosis de cafeína (poca leche por la mañana, ninguna por la tarde: mmm). Parecía imposible concebir un día a día sin esos apoyos extra. ¿Desde cuándo ya, valiente? Difícil precisarlo a estas alturas, señal de que los años vuelan. Esto es la vida, damas y caballeros, de todo se sale. La salud, que por algo tiende a menguar conforme empieza a peinar canas, suele ser agradecida. Cabe pensar que el miedo también juega sus cartas en esta competida contienda que es la lucha con uno mismo. Vendría a ser, salvando las distancias, como la peripecia en verso endecasílabo del hombre del casino provinciano. Antonio Machado, Del pasado efímero (Lo demás, taciturno, hipocondríaco, / prisionero en la Arcadia del presente...). A cambio de disfrutar de un moderado estado de claridad serena, la edad reclama la comodidad de los jaleos justos y cierta dosis de coherencia a la hora de afrontar las cosas de la vida, esas que ya empiezan a estropear alguna que otra noche que se presumía pasar a pierna suelta. El caso del señor mayor que les aburre por escrito, sevillano de nacimiento por más señas, y que se empeña en ponerse serio para atender el requerimiento del amigo que también escribe (mucho más y mejor, por descontado), se adorna con una renuncia reciente que el próximo mes de abril, junto a unos desazonantes 48, cumplirá dos años de vida. Una renuncia, otra más. Ante la propuesta, antaño irrechazable, de asomar la gaita por el Real de la Feria de Sevilla solapando de todo punto una posible hora de salida, la edad se ha encargado de activar una réplica automática: "Preferiría no hacerlo". Como si hablara un redivivo Bartleby, el feriante en este caso. Resulta, por lo pronto, que los contra golean a los pro, que las prioridades toman nuevas posiciones de privilegio en la parrilla de salida. Argumentario, capítulo primero. Se quejan los pies, esos zapatos amarillos, se lamentan los oídos, las sevillanas del año. Protesta el estómago, maldice la garganta. El albero, el estruendo. El mal comer, el polvo. Estalla la cabeza. Los brebajes. El milagro espacial de las casetas, miles de personas en pocos cientos de metros cuadrados. El mal cuerpo y la edad, lo que son las cosas, se transforman en enemigos irreconciliables. ¿Y si nos acercamos a la Feria? Salta el resorte: “Preferiría no hacerlo”. Hasta hoy. La sensación, en fin, puede definirse como de calma chicha. La edad dicta normas de obligado cumplimiento: las decisiones, seamos serios, se toman para respetarlas hasta sus últimas consecuencias. ¿Si? Veremos. Por lo pronto se espera con fervor no acabar como el escribiente de Melville, obcecado, arrestado y echado motu propio en brazos del hambre para despedirse de este valle de lágrimas. No será para tanto. Prevención de riesgos: la obcecación se dejará madurar, no sea que a la vejez le dé por desprenderse del árbol. Ya empezamos. ¿Aterrizan las dudas? Sobrevuelan cuando menos. Disfruten, éste ya lo hizo. ¿Lo hará?
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